jueves, 20 de octubre de 2011

Voz en vilo

Tendido en la plenitud del viento,balanceándome, desprendiéndome, inhalando el tiempo. Levitando oculto en el murmullo de la hoja suelta, extirpada. Arrojado al furor del día, de la noche, de la nada. No, no estoy solo. Estoy aquí y en todas partes, justo como tu pensamiento. Semi-existente. Errante. Expectante de tu aparición, de tu boca, de la enunciación, cenit de mi perecer. Siempre del silencio. Aparición y umbral de miedo. Encumbramiento de mi ser. Estoy siempre contigo, pero siempre me alejo. Somos todo, uno solo. Tú me extiendes, procreas, elevas, escupes, retienes, ocultas, censuras. Y guardas silencio. No, no es que no me encuentre, simplemente, no me hallo.

lunes, 17 de octubre de 2011

Constante... mente.


I


Los pies toscos y agravados por el andar siempre me han resultado ligeros. El constante andar por lugares desconocidos, más por aventura que por lucidez del rumbo encausado, me es sano, generoso y en ocasiones, hasta aterrador, pero siempre como un acto puro de libertad incontrolable, así, como debe ser la libertad. Confusa e irrepetible. Muchas ocasiones, llena de inmundicia y maravilla que desazona las buenas conciencias. Esas que están atadas a lo rutinario y sofocante. Aquellas que se sorprenden con pequeñeces y adoran sólo lo que puede ser lo bastamente igual. Unitario.


II


Los pasos generalmente me suelen confundir. Mis pasos. Me confundo fácilmente. Con lo bueno y con lo malo, pero ¿quién podrá definirlo correctamente? Yo no tengo ni la menor idea de a donde voy, o como resultará aquello de vivir. Ciertamente, todos improvisamos en ello. Y cada vez que lo pienso, me viene a la memoria el título de aquella película, junto con aquella vida tan lejana de lo que sucedió apenas ayer. “Dirty, pretty things”. Así, te veo desde el suelo, a ras de huella…


III


Con la ligereza del andar no se pierde el tiempo, más no así con el cuerpo que, ya no se mueve tan fácilmente como la mente. En ocasiones pierdo la cabeza y la mente juega trucos muy trollescos y, todo se me va en maldecir. ¡Demonios!


IV


La vida otra vez, y yo, sin saber que decir. Sólo andar sin rumbo fijo, es demasiada libertad. Con la seguridad de no saber a donde ir, con tanto temor, con tanto sin-saber, con tan pocas ataduras que dan mucha imprecisión. Generalmente con el viento en contra. Resulta más una necedad. Sin embargo, seguir, quizá buscando, tampoco lo sé. El andar de mano de la libertad es un menester bastante solitario, encausado generalmente a la demencia. Es un oficio. Es una niñería.


V


Los agravados y toscos pasos siempre dejan suciedad en las suelas. “Es señal de que estamos avanzando…” y en los pies no se desarrolla musculo, como tampoco en la cecera. Pero tiene una inmedible habilidad de hacerme viajar, dudar y volver. La duda es y será siempre una constante. Como en el perpetuo andar en medio de la nada. Andar. Andando. La libertad es tanto, más de lo que uno puede controlar, tan basto como el temor de la humanidad. Los pasos no me cansan tanto como la incertidumbre de seguir, ó las declaratorias nefastas de la supuesta intelectualidad. (…) En los pies, sólo se desarrollan callos.


martes, 4 de octubre de 2011

Reflejo

Otro día de trabajo y como siempre, llegar tarde ya es mi costumbre. Dan lo mismo cinco minutos que treinta, de todos modos es tarde.


Tratando de ocultar la prisa, así como un poco de angustia por la segura llamada de atención por el, por cierto, muy triste caso mío -Otra vez tarde-.


El saludo a la entada del edificio, a los policías a la guardia, a las personas que entran y salen, a el personal de intendencia que si llegó a tiempo y sale ahora a almorzar, mientras yo, apenas llego y saludo con un gesto de cínico avergonzado. Como era de esperarse, la fila para los elevadores estaba a punto de salir a la calle, una persona más, detrás de mí claro y ya estaba fuera del edificio.


Al momento que alguien se para detrás de mí para esperar el elevador saludo a la señora de intendencia que va delante mío y antes estaba en mi piso, me sonríe y saluda, voltea y al ver salir a uno de sus compañeros le pregunta ¿ya a comer?, él sin dejar de caminar volteando la cabeza asiente y dice un sí que se pierde rápidamente, al igual que él al salir del edificio. La señora me dice: pues como yo todavía no, pues por eso pregunto, lo bueno es que salgo a las doce, y me recuerda nuevamente que es cada vez más tarde.


Suena el timbre del elevador, pero ni sentir alivio, pues la fila avanza sólo un poco antes de detenerse nuevamente y a esperar. Para este momento, ya todos -los que esperamos- nos hemos dado cuenta que el otro elevador no ha bajado y posiblemente no bajará, ¡que bien! pienso mientras me dispongo a seguir esperando. Volteo al local de productos agrícolas de la SEDEREC y veo que limpian los estantes, nunca había visto que lo hicieran y en el reflejo de los vidrios veo venir presuroso a uno de los oficiales que, mientras se dirige a la persona que esta parada detrás de mí le pregunta como sólo los policías saben hacer ¿A dónde se dirige?, yo sigo las imágenes que me muestra el cristal del aparador, me detengo en la figura detrás mío. Hay una silueta frágil, delgada, una señora ya bastante mayor, ella contesta, voy a la exposición, para recibir de respuesta, ésta es la exposición, a la vez que el oficial señala con la mano el local de la SEDEREC. Perdón, no sabía, se escucha apenada y entra al sitio, insegura, sin saber que hacer, comienza a ver los productos colocados, no son muchos, pues están limpiando. De pronto la señora de intendencia dirigiéndose a mí; dice que quiere trabajar aquí, con nosotros, yo creo que por eso el policía le preguntó que para donde va y como ella no sabe, pensó que la exposición era en uno de los pisos, nomás para entrar a ver si le dan trabajo, pero ya le dijeron que no y sigue, a nosotros nos pregunta, bueno, a mis compañeros que como le hace para trabajar aquí, que quiere trabajar aquí pero no hay trabajo ya le dijeron pero ella está desde las siete de la mañana preguntando y esperando y no nada más hoy, sino desde ayer y no, ya le dijeron que no, pero ella insiste y, es que ya esta muy grande; entonces se detiene y me mira, piensa -creo-, es más grande que yo, continúa y yo la miro, no es que no lo haya notado antes, pero mi interlocutora es ya una persona mayor, creo que en eso es en lo que pensó antes de terminar. Ya somos personas grandes, creo es lo que pensó.


Yo sólo volteo ocasionalmente mirando a la señora de la intendencia, a la señora que, ahora sé va a pedir trabajo y al elevador que se tarda mucho aún. Pero es que ella esta de necia que quiere trabajar aquí en el edificio, vuelve a decirme la señora de intendencia, ya le dijimos que aquí hay dos empresas dedicadas a la limpieza, pero ella dice que no, que ya sabe con quien quiere trabajar y que es nuestro jefe, un señor así y así y así, y pues si es nuestro jefe. Ayer cuando salimos, a las tres, estaba aquí afuera esperando y nos preguntaba que qué pasó, que si nos íbamos, si ya se había desocupado el jefe, pero ya le dijeron que no hay trabajo -nuevamente la señora se detiene un momento antes de continuar, se detiene a pensar-, y hace rato ya llegó y lo mismo, preguntando que ¿a qué hora llega tu jefe?, pero el jefe ya no, ya dijo que no hay trabajo, pues ya esta muy grande -y mientras prosigue voltea y mira a la señora dentro del local- y es que el jefe quiere puro joven, porque pa' que trabaje, pues, no sé -continua mirando a la señora- seguro ella sabe trabajar pero cuando uno ya esta muy grande... pues pal trabajo quieren gente joven -inclina la cabeza, mira a la señora, voltea y me mira-, bueno, luego los jóvenes si trabajan, pero luego nada más vienen trabajan un tiempo y se van, y no son seguros, pero como uno tiene necesidad y con la edad, pero ya le dijeron, es que ya no hay trabajo, luego si uno se queda sin trabajo, pa conseguir ya esta bien difícil porque ya esta una grande y ya no le quieren dar trabajo.


Entonces volteo nuevamente al elevador ya avanzamos un poco. Volteo al aparador y veo a la señora dentro tomar unos frascos de miel y preguntar por su precio y, en el reflejo, veo a la señora a mi lado, buscando en las bolsas de su bata, algo, no sé, al parecer no trae nada y, levanta la vista como mirando su reflejo, justo al otro lado en nubosidad la silueta frágil que minutos antes estaba formada atrás de mí. Es que la cosa esta bien difícil para conseguir trabajo, me dice mientras suena por tercera vez el timbre del elevador y caminamos hasta el, si cabemos, subimos y tras nosotros se cierra la puerta, comenzamos a subir.


Dentro del elevador no hay personas mayores a los treinta y cinco años, sólo la señora, tendrá cerca de sesenta. y va seria, las paredes de aluminio del elevador muestran sus rostro serio, llega a su piso y baja no sin antes despedirse y desear un buen día. Un buen día muy seco y pensativo.


Mientras yo me olvido de lo tarde que es, tengo fresca la imagen y las palabras de las dos señoras, justo entonces sueña el timbre del elevador y veo el numero nueve. Por fin llegué.