sábado, 5 de febrero de 2011

Vuelos (fragmento)

Con movimientos continuos Remedios desplaza el mechudo de lado a lado, con las manos a quince centimetros la una de la otra, de arriba a abajo, va y viene, de principio a fin por todo el andén. Jala con cuidado el desvencido carrito con agua grisacea. Jala el carrito y el mechudo, tropezando con los usuarios desbordados a cada momento en la estación, se arrinconada mientras los tumultos de gente se desplaza con prisa, desocupando e inundando una y otra vez la estación.
A paso lento limpia las escaleras, sube mueve el mechudo, baja las escaleras, de una lado, espera. Las personas que entran a la estación del metro la miran, saben que acaba de limpiar, con disgusto la ven y pasan rapido, al otro extremo de la escalera, penetran y desaparecen. Remedios no se inmuta, es su trabajo, no sabe que piensan al pasar, se lo imagina y no da importancia, vuelve a subir, por el otro costado de la escalera, realiza la misma actividad. Limpia y espera. Al terminar saca de uno de los bolsillos de su bata una franela descolorida, la humedece; los chorros oscuros se desbordan hasta chocar con el resto de agua en el balde-carrito, exprime-extiende-dobla, acomoda el trapo humedo sobre la baranda de la escalera y oprime con la mano derecha el tubo, de extremo a extremo, de arriba a abajo, pasa al otro lado, ahora, con la mano izquierda, la misma operación. Sacudir la franela, doblarla, humedecerla nuevamente, limpiar los telefonos públicos, frotar, frotar, recoger la basura que hay en ellos, guardarla en otro bolsillo de la bata, seguir limpiando, pasar a las barandas de las taquillas, la gente se arremolina, se empuja, va retrazada no pueden pasar, Remedios limpia como puede, se hace a un lado; de nuevo la mirada tan conocida, con tanto desdén, con tanto no saber como, por qué. Y otra vez, sacudir, doblar y guardar, todavía humedo el trozo de tela hace un bulto en la debil silueta de la mujer del aseo.
Empujar el carrito, siempre procurando dejar libre el paso a los usuarios que también cargan y empujan bultos, cajas, bolsos, mochilas, niños, amigos, pareja, angustias, preocupaciones, fortuna, desdicha o felicidad. Siempre aprisa. Remedios, empuja el carrito y carga el mechudo, levanta-mete-saca-exprime y frota, contra el suelo, contra el tiempo, contra el mundo entero, frota y limpia, malpudiendo avanza. Los vagones pasan, se detienen y avanzan dejando cuerpos, fantasma de un tiempo ajeno a aquél subterraneo lugar, tan suyo, tan limbico, tan sucio. Remedios permanece, apacible, es una sombra, una mancha que se mueve, pasa al otro andén, cambia de dirección, siempre lo mismo.
Sacar y meter la mano entre bolsas de la bata azul marino con siglas blancas, simulados huecos de su cuerpo con enigmaticos objetos. Sale un trozo de pan dulce envuelto en papel estraza. El viaje vertical hasta dar el bocado, guardar de nuevo, frotar el tiempo del reloj donde un ratón marca las horas y los minutos.
La mujer deja todo en un diminuto cuarto de dos por cuatro metros y se desvanece, se vuelve fantasma y desaàrece tras las puertas de un vagón que nunca se detiene, llevando y trayendo suelos, delirios, preocupaciones. Mientras Remedios siquierallegar a ser recuerdo en un lugar donde todo cambia constantemente sin cambiar nunca el aspecto, del lugar donde permanece, de seis a una todos los días, de un lado a otro, de arriba a abajo, siempre en las mismas escaleras.