jueves, 18 de febrero de 2010

La mesita

Nublado el día, el cielo nublado.

La luz entra con dificultad por la ventana, las cortinas se mecen con brusquedad por el viento que penetra sin permiso por el hueco indiscreto, ése, en uno de los costados de la puerta. Jacobo se levanta de la cama sólo para acomodar un trozo de cartón contra el hueco. Forcejea con el frío al dejar la maltrecha cobija sobre el colchón.
El tiempo se detiene, con él, la lluvia que apenas se nota. El sol asoma por un momento. Pronto, el viento nuevamente sopla, las nubes andan y tapan una vez más el sol. Jacobo toma una enorme y destartalada bocina y tranca con ella la puerta. La puerta no sabe ceder ante la insolencia del viento y traquetea con fuerza, golpea, se golpea, amenazando con desplomarse.
Jacobo suelta el cuerpo una vez que se encuentra frente a la cama y cae pesadamente sobre el colchón relleno de trapos, un "mueble" con doble función: de ropero. Levanta los pies, jala rápido la cobija, se tapa y abriga como puede con ella.
Parece ser el día más frío del mes, de la estación, de lo que ha trascurrido del año. Parece que es agua-nieve la que cae sobre el techo de cartón.
Pasan pocos minutos de haberse acostado cuando el gélido viento invade socarrón la pequeña e improvisada casa de nuevo. Las cortinas trasparentan cochambrosas una tenue iluminación fría. De un día largo y frío, sin mañana ni tarde, límbica.
El aire, con la fuerza que el reducido espacio le permite, se arremolina en los rincones alborotando todo lo que puede, ocultandose y enfriando.
Con los dedos de los pies entumidos por los huecos en los calcetines. Jacobo nuevamente se pone de pie; bruscamente toma una silla y la avienta junto a una pequeña mesa y se sienta. Se estira, se acomoda, se encoje, tirita, se levanta y se vuelve a sentar; se encoje contra su propio abdomen mientras toma con ambas manos y tira de sus cabellos, jalando hacia el suelo y ahoga un grito contra sí mismo, contra el tiempo que no puede medir. De pronto, entra nuevamente el viento agitando las cosas, haciendo resoplar su ligera camiseta.
Jacobo no puede más que pensar en todo lo que hasta ahora ha pasado -padecido-, en el terrible futuro que posiblemente le espera si no soluciona sus problemas. Terrible, cuando hasta el momento no puede lidiar con un viento que no lo deja de fastidiar. Entonces se levanta y con un brazo arroja al suelo todo lo que se encuentra sobre la mesita, levanta ésta y la coloca contra la puerta, contra el hueco, contra el viento, contra su destino y las malas desciciones que ha tomado en su vida, la presiona con fuerza y apila todo lo que puede contra el tablón -al que a fuerza de pijas y alambre quemado le fueron empotradas las patas de una vieja litera-, hace una barricada, se atrinchera, le declára la guerra al intempestuoso y karmico clíma.
El diminuto cuarto guarda ya mucho frío, pero Jacobo, una vez más, toma la cobija por los hilachos y se la arroja sobre el cuerpo, se acorruca y aferra a su cuerpo, a ese pequeño mundo que ni siquiera le pertenece, se hunde en su propia piel, escurriendose contra su propio ser. No quiere pensar en nada, en nada, por lo menos hasta que vuelva a entrar violentamente el viento.