domingo, 24 de enero de 2010

Media Luna

Las ocasiones que resultan más latentes en la memoria errante son aquellas que nunca sucedieron.


Es pequeño, muy pequeño. Es un es un espacio reducido, colericamente diseñado para la desesperación del autoconfinamiento.
La habitación mide no más de 2x3 metros. Se encuentra en un rincón. Por ello rara vez se ilumina con la irreverente presencia del sol. No hay humedad. Los muros de ladrillo gris permiten que no se pierda la visión por completo. La diminuta ventana ayuda un poco.

Hay ocasiones en que apilo los libros por autores, o por su tamaño, o por su color, o por su tema, o por lo que se me ocurra. Y después nuevamente comienzo a trasladar. En espacios tan pequeños es fácil perder el tiempo -perderse en el tiempo-, sin darse cuenta que no hay marcha atrás para recuperar aquéllo que nunca se tuvo.
Los carteles prendidos de las paredes observan, acusan, reprochan, inspiran, nunca mienten.
En ocasiones es un alivio asomar la cabeza y ver el cielo despejado; los días lluviosos; las mañanas cálidas. Rara vez se acerca el sol a mi puerta, pero nunca llega. Me gustaría invitarlo a pasar, pero temo que tendría que salir yo. No deseo comprometernos en situaciones incomodas.
La pilas de libros nunca dejan de crecer. La habitación no deja de hacerse cada día más pequeña. A veces, las letras amontonadas detrás de viejos anaqueles en las bibliotecas asemejan diluvianas constelaciones incomprensibles. Ya casi no puedo leer. Es difícil ver más allá de las palabras.

La pequeña ventana nunca miente, siempre tan parlanchina. Las noches se acercan sigilosas, paso a pasito. Detesto que siempre me tomen desprevenido, siempre eventajan.
Las siluetas del patio alucinan cosas que no existen. Lo ecos por los pasillos cuentan detalles que en ocasiones prefiero olvidar. La penumbra que se escurre desde la calle hasta mi puerta me hace huir del pequeño refugio.
La noche, La noche nunca a sido discreta, cuenta todos los detalles, nada guarda. No, no hay crimen perfecto.
El rostro pálido de la dama nocturnal no siempre asoma. No se detiene. El rostro sincero que veo cada que puedo. Siempre tan pendiente.

Es difícil surgir cuando el ruido absorbe con fieresa la actividad del día. Las ropas se desplazan por calles, entre vehículos. Abordan gente, sitios, donde permanecer. Los vidrios reflejan las cosas que aún no suceden que, no pertenecen a este tiempo. Mi reflejo siempre lo comenta, no sabe hablar de otra cosa. Los rostros no pronuncian palabras que sean entendibles. Los cuerpos seducen con hábil gracia al sufrimiento de vivir este sitio. Estas manos se quejan de todo, no quieren decir nada. En la nada se han escondido un largo tiempo. Ahora, sólo asoman de vez en vez, igual yo.

La noche me es agradable, los ruidos son aún más sonoros que durante el día, pero se distinguen, se donde me hallo.
Los libros abren puertas desconocidas todo el tiempo; siempre hablando de todo, tantas cosas que es dificil comprenderlas. Las pilas llegan hasta ése ultimo recuerdo, aquél que mentí.

Los luceros en cielo abismo se dibujan, como unir los puntos, sin sentido, sin forma. Apuntan siempre hacía abajo. Incompleto estoy. La mirada fija hacia la nada, la inmensidad misma. La luna, mocha, muestra impudica su incompleta figura. Como carcajeada y moribunda. De perfil.
Miro, siempre mirando el cielo por las noches. Buscando siempre lo extraviado, esos recuerdo perdidos en la boveda surcida de verdades ficticias. Buscando en el rostro de la luna, que apenada no me mira, se distancía, se niega a admitir que nunca ha dicho nada, que sólo se limita a observar, que la memoria de toda una vida jámas sucedio.
Inclinada se niega, me niega. Simplemente observa.
Los libros no mienten mientras se acompañan apilados en rincones. Se asoman por la diminuta ventana que corre la cortina con delicadeza mientras la oscuridad cobija cuerpos entumecidos.
De lado, la luna no niega su ser u otros seres. La habitación aún más reducida, se abre y guarda, dentro hay más costelaciones. Las letras no mienten, y la Luna, aún a medias, guarda secretos que susurra en ocasiones, de memorias pasadas. Cuenta lo recuerdos que no son ciertos.