miércoles, 26 de agosto de 2009

El día

Los dias y las noche son iguales, duran lo mismo; se me resbalan por la espalda y por la frente, me consumen lentamente. No son mios.

El dia, aparentemente perpetuo, descanza con ímpetu sobre la luna hasta despertarla, sólo para de ella burlarse. Pues no es su tiempo o su reino.
Ilumina ventajosamente los rostros palidos y soñolientos. Se pierde entre los rincones buscando verdades inexistentes.
Vociferando siempre su lucides hasta la hora de partir. Su placer de ser lo que se es y no cambiar por nada la plenitud de la iluminación extaciante de los rayos diurnos y vespertino. Anda entre todo y nada, se siente dueño de principio a fin.
Nunca se despide, sólamente lanza un ultimo alarido, luminiciente resplandor violador de horizontes y gestador de placenteras fotografías mofadas de la penumbra nocturnal.
El día viaja sin cesar, contraparte majestuosa y pedantemente indispensable para la tortuosa labor de vida de todos lo seres terrestres. Se ufana ante el espejo del mar mintiendo, haciendo lo creer cálido.
Claro, rizado, trasparente; desliza su aliento sobre mi cuerpo, penetra mi mente, alimenta la imaginación del desconsuelo y da esperanza al suicida latente que compensa las penas con la fortuna de tener un momento (un día) más para intentar su funesta labor.
Sol, he ahí tu creación, tu hijo, hecho a tu semejanza hirviente y explosiva. Nota el énfasis en la desdicha de su dualidad que se conforma con la negritud de los abismales rincones que el propio día perpetra sin remordimientos, sin delicadeza, sin pudor alguno por su hermana bastarda, burda victima.
Los suelos resultan incandecentes, los cielos se iluminan, los rostros resplandecen, ¿pero lo permiten?
Hasta donde llega la costumbre al día. Verdugo/redentor de mis mentiras.
No necesito buscarte, siempre vuelves, incansable, no te hartes, no te reuses, sin miedo no hay desden por tí.
No tendre a quien gritarle por la melancolia nocturnal de episodios amnesicos bañados en alcohol.
El día no es necesariamente largo, o corto, solamente nunca es suficiente para nada, para nadie. Se escurre lento, sobre todo, perpetuo viejero errante incanzable faquir de mejillas rozadas, ensangrentadas de calidez.
No eres tú, siquiera se si soy yo. Somos uno. No, no me perteneces.