sábado, 11 de septiembre de 2010

VIVAN LOS HEROES QUE NOS DIERON PATRIA...

Dos veces cien, el Bicentenario, aún por cumplirse. Cuando pienso en ello, pienso tanto, aunque no tan seguido: Independencia y Revolución; Patria y Libertad; Tierra y Libertad; “La Bola”; Sufragio Efectivo, No Reelección; traición, campesinos, lucha obrera; corporativización, constitución, reconstrucción, institucionalización, consolidación. “México lindo y querido”.

2010, el año del pretexto. Los festejos nos remiten a conocimiento de causas y movimientos armados. La historia se cuenta, cuantiosa, todos los días por la noche casi en todos los canales de nuestra televisión abierta. Es “La celebración de nuestra identidad” y no puede ser excluyente. Aunque sean pocos los interesados en conocer más sobre aquella historia narrada y trasmitida en alta definición con horario estelar. La historia, sacudida y desempolvada se discute y analiza con hazañosa habilidad escudriñadora por los especialistas, quienes comentan convergentes sobre hechos pasados como si fuera materia en constante cambio. Recordemos pues, la historia, es escrita por los historiadores.

Los rostros cachetones de los personajes relevantes de nuestra historia como nación independiente inundan en pendones, carteles, revistas, volantes, banderillas y demás, las principales calles de nuestra ciudad. Aquellos semblantes solemnes incursionan en nuevos diseños digitales siendo rejuvenecidos, mientras los carteles muestran frases llamativas, instando a las celebraciones nacionales, fiestas patrias adelantadas. Este año, todo el año, para celebrar la historia de México.

No debemos preocuparnos por la crisis económica, el desempleo, la inseguridad, la violencia relacionada al narcotráfico, las políticas públicas mediocres, el desarrollo social sesgado, la educación pública estancada, la desigualdad y marginación social o los interminables, así como inclasificables conflictos políticos. Eso no debe llamar nuestra atención mientras tengamos héroes para aventar pa’rriba y ver como se suspenden el en aire, como si fueran trocitos de papel de colores. Siempre entretenidos de forma mediatizada con la historia oficial de una nación virtualmente inexistente.

En el largo camino de los doscientos años, no sólo perdimos lo motivos para celebrar, también las causas. Los héroes no nos ajustan, por lo ajenos e idealizados como nos son presentados. Nos han despojado de los hombres y nada más dejaron los estándares estilizados con frases rimbombantes, al parecer, ya sin sentido. Las palabras nos suenan huecas, igual suenan los estómagos en los rincones más recónditos de esta achaparrado país, de nuestra insufrible ciudad. La celebración del Bicentenario no invita al ensalzamiento de nuestra historia, pero si al olvido de nuestro presente; ahí donde sobreviven los hijos bastardos de la independencia y la revolución, un México terregoso y hostil. Desenvolviéndose en un campo desnutrido, entre ciudades perdidas y arrabales. Las minorías, sardónicamente siempre son mayoría y se desenvuelven al ras del suelo. Son (somos) marginados y disidentes. Puros parias. Todos apocalípticos.

De ésta forma, el México de cada uno de nosotros es inigualablemente distinto, así como cada uno de sus habitantes. Posiblemente la celebración del Bicentenario sea necesaria para el reconocimiento del país como nuestro; de nosotros, como la conjugación de una nación libre y soberana; de todo lo conocido como parte de este país, nuestro hogar, como logro inexorable a los actos de los héroes nacionales. Finalmente, hay quienes celebraran el trascurso de otros cien años, pero sin un nuevo movimiento social armado. Porque en México no existen los villanos, sólo héroes, nuestros héroes nacionales.